No recuerdo cuando la cosa se descontroló hasta el punto de ser inmanejable. Por supuesto me refiero a las fotos, ya que de eso va esta entrada, de las fotos y los recuerdos que atesoramos. De esos recuerdos, momentos y pensamientos que intentamos plasmar en una fotografía intentando congelar ese instante para ser capaces de vivirlo eternamente.
Con la llegada de las cámaras digitales todos empezamos a disfrutar de un nuevo universo de posibilidades a la hora inmortalizar todos los momentos que para nosotros eran importantes. El abanico era enorme y a medida que la tecnología evolucionó el número de fotos y videos que se generaban ascendía como el gas carbónico de una Weißbier.
Cámaras de video, cámaras de fotos, móviles, tablets y hasta relojes se unieron entre sí en la incesante creación de una biblioteca audiovisual que poco a poco empezaba a crecer en número de elementos de una manera exponencial, sin un orden lógico y con el caos como más fiel aliado.
Después del viaje a México para asistir a la boda de mis, desde entonces, hermanos Jhair y Ana Sofía, empecé a crear carpetas con el nombre de los viajes o de los momentos que eran especiales. Bodas, bautizos, despedidas, fiestas del pueblo, viajes… las carpetas crecían incesantes ya que me había propuesto no perder el registro de ninguna de mis aventuras. El problema era que todavía tenía que ordenar todas las fotos que tenía anteriores a la fecha y seguir con esa dinámica de ahí en adelante.
Al venirme a Bremen lo tenía claro, una de las primeras cosas que haría sería terminar de ordenar las casi 35.000 mil fotos y videos que tenía en mi ordenador. Tendría que borrar, mirar fechas, comparar y revisar copias de seguridad para dejarlo todo perfecto y poder continuar desde ese punto. ¡Una vida de recuerdos plasmado en las que me parecen pocas fotos!
Esto me ha hecho pensar en el valor que, para nosotros y para nuestros padres, tienen las fotos de cuando éramos y eran pequeños. Para la generación del setenta y tantos y del ochenta y pocos, es más fácil descubrir fotos de nuestra infancia, incluso de cuando nacimos, pero para nuestros padres, que conocieron las fotos en blanco y negro, son tesoros que engloban años y años de recuerdos y añoranza en un rectángulo que apenas llega a medir 10×12 centímetros, y eso en el mejor de los casos.
Las fotos de los abuelos son ya otra historia, no engloban periodos sino vidas enteras. Aquellas fotos de retratos enmarcados en óvalos que delimitaban a cada uno de los miembros de la familia. Todos rostros serios, con instantáneas tomadas de frente y en blanco y negro. Recuerdo que cuando era pequeño, en Chércoles, había retratos como esos, en las casas de los parientes, que me perturbaban desde las paredes. Parecía que miraban vigilantes cualquier movimiento indebido que hiciera y que le contarían al pariente de turno el más mínimo desvío de lo que se presuponía una actitud correcta.
Hace tiempo que dejé de ver esos retratos así y ahora los miro con más respeto y cariño ya que sé lo que implican y lo sentimientos que ocultan detrás de negativos de acetato o películas cromogénicas.
El domingo pasado acabe, por fin, de ordenador todas las fotos. Dulce tortura, miles de fotos han hecho aflorar más sentimientos y recuerdos, si cabe, que fotos tengo. Viajes, instantáneas de un momento determinado que intentan plasmar algo único, amigos perdidos, Chércoles año tras año… incontable desde un blog pero fácilmente entendible por cualquiera que en un momento de su vida revisara todas sus fotos.
Os dejo varias fotos que creo que marcan momentos importantes y espero que las disfrutéis tanto como yo las disfruté en su momento, recordando aquellos tiempos. Lo mejor está por venir, ¡seguro!, así que espero que estas 35 mil sean sólo el comienzo.
@Por orden de aparición en el texto: Primera visita en solitario con la avioneta a Chércoles / La primera rosa de plastilina que hice en un campamento / El cartel de la fiesta de cumpleaños sorpresa a mis padres donde nos juntamos toda la familia / Primer día en el camino de Santiago en Ponferrada / Una foto de cuando era pequeño / Uno de los muchos viajes a Cerler a esquiar.