Ruta de las Hadas (H.Grimm) Parte IV

Dejando atrás el castillo de la Bella Durmiente y el bosque centenario pusimos rumbo hacia Oedelshein, hogar del famoso Gato con Botas. Al llegar a esta pequeña localidad situada a orillas del Weser y de casas de entramado de madera nos dimos cuenta de que aquí se le había olvidado poner el castillo. Dejamos el coche en una de las calles de lo que parecía ser el centro del pueblecito y nos pusimos manos a la obra en pos del famoso Gato.

Después de recorrer varias veces las calles y llegar a orillas del rio y realizar el camino en sentido contrario, nos dimos cuenta de que el único vestigio que había en el pueblo eran dos carteles donde indicaba el camino. Una palabra, por aquel entonces indescifrable, rezaba a los pies de una representación realizada sin mucho arte del Gato con Botas. “RundWeg”. Esto viene a significar algo así como camino circular o simplemente “en redondo”.

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No encontramos más que dos señales y cada una de ellas apuntaba a su homónima. Revisamos portales, casas, señales, hablamos con algún lugareño en algo parecido a lo que debieron de hablar los españoles cuando llegaron a América, pero no conseguimos nada más que caras raras. Recordar que cuanto más pequeño es el número de habitantes de una localidad más pequeño es el número de las personas que hablan inglés, y este no tendrías más de mil o mil quinientas.

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Después de hacer varias fotos a la desafortunada imagen del protagonista del pueblo nos dirigimos en busca de mejor fortuna en pos de Blanca Nieves y los siete enanitos. En este caso, el pueblo, era bastante más grande y un puente de piedra invitaba a entrar en una localidad que se extendía a lo largo de la rivera del famoso río Weser, río que nos acompañaba durante este tramo de nuestra aventura. Gieselwerder, dónde aún perdura el espíritu de Blanca Nieves y los siete enanitos entre el viejo molino y las pintorescas casitas de típicas de la zona.

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EIMG_7351l ayuntamiento, antaño el molino de la localidad, es hoy una gran casa reconstruida que alberga el consistorio y da acceso a un parque desde el cual, las vistas del rio, son espectaculares. Si se tiene la suerte o se busca mejor dicho, las fotografías de la puesta de Sol tienen que ser espectaculares, en nuestro caso no pudimos esperar ya que como colofón nos esperaba una de las mejores partes del viaje, la cena en el restaurante Matterhorn Stübli de Kassel.

Cambiando el chip de nuestras cabezas a medida que deshacíamos el camino recorrido, fuimos pensando en si sería mejor un restaurante u otro y tomamos la decisión de preguntarle a la chica que se encontrara en recepción en ese momento cual, en su opinión, merecía más la pena. Al llegar al hotel preguntamos por un restaurante, cuyo nombre no me acuerdo, pero que en tripadvisor no tenía mala nota y la persona de recepción nos comentó que no estaba mal pero que sólo había estado una vez. Una vez aclarada la opinión acerca del primero le comenté que otra opción que tenía en la cabeza y que no sabía si conocería era el citado Matterhorn. La metamorfosis de Kafka se queda atrás comparado con los que sucedió en ese momento. La alemana rubia, de ojos azules, gesto cordial y amable, se tornó en la cara de una niña que acaba de recordar su mejor Navidad con los regalos a los pies del árbol y la familia reunida en torno a él. Nos dijo que era su restaurante favorito y que había ido varias veces, casi siempre en invierno, que solía estar lleno y que era mejor llamar para reservar. La chica nos dijo entre risas que le estábamos dando mucha envidia y que eso no se hacía, ¡¡por un momento pensé que estábamos hablando con una española!! No indicó que el sitio era un poco caro pero que merecía la pena y que no nos preocupáramos que ella llamaba ahora mismo para reservarnos una mesa para que no tuviéramos problemas. ¡Qué cielo de niña!

Matterhorn StübliCon las expectativas altas fuimos hacia aquel lugar que ya habíamos visto cuando el primer día subimos al complejo formado por la cascada, el museo, los palacios y los jardines. Las banderas de Suiza flanqueaban la entrada y el olor del queso fundido y de la madera curada inundaba la estancia nada más entrar. Esa noche refrescaba, por lo que era maravilloso entrar en un salón que recordaba a la idea que, al menos yo, tenía de lo que sería un restaurante tradicional suizo.

El menú estaba claro, founde, ahora solo faltaba elegir cual. La recomendación de la chica del hotel fue que cogiéramos la tradicional, así que hicimos caso a nuestra guía culinaria personal y pedimos una fondue tradicional y dos entrantes. Los entrantes sopas, una con chile y la otra con hierbas, aunque más que sopas parecían cremas. Las dos estaban espectaculares y aunque la de chile picaba bastante, estaba tan buena que no podías parar de comer aunque la temperatura de tu boca fuera creciendo por momentos.

fondueLa fondue estaba perfecta, con pan a discreción y con las verduras dentro de la fondue (primera vez que lo veíamos). Una cerveza de medio litro para cada uno para regar la cena que ya de por sí era copiosa y una cuenta de 23€ por persona (propina incluida) nos hicieron pensar que, o bien pedimos poca comida para lo que piden ellos o el concepto de caro distaba mucho entre nuestra querida amiga del hotel y nosotros.

Uno, que ama la comida, disfruto como un enano de aquella cena, y a día de hoy todavía recuerdo el olor del sitio y la decoración típica con las mesas y los bancos de madera. El personal vestido con trajes típicos y la familia que comía reunida alrededor de dos fondues.

¡¡¡No hay nada como acabar un día increíble con una fantástica!!! Por si acaso lo dudabais, digerir aquella cena costó lo suyo y al día siguiente el desayuno buffet casi que ni notó la presencia de los españoles y eso que cuando pones a un español delante de una desayuno buffet…. ¡Que tiemblen los que vienen detrás!

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