En Madrid a 40 grados…

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Eso de pasar de dormir con edredón a dormir encima de la cama cual pollito achicharrado es algo que no tiene que ser bueno.

Había dejado Bremen con 20 grados o menos, ligeras lluvias durante la mañana y un sol que salía de vez en cuando para dar muestras de su existencia, sin grandes alardes pero disciplinado como buen alemán. En Madrid me encontré 40 grados, chanclas y niños sin camiseta disfrutando de lo que debería de ser un verano de verdad.

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A pesar de que sólo llevo dos meses aquí sí que noté una diferencia principal. No fue lo típico de que los españoles gritamos mucho, ni de que España huele a ajo como decía Victoria Beckham, tampoco que los coches fueran más antiguos ni que hubiera más o menos pobreza. IMG_9733La principal diferencia que encontré fue “el verde”, eché de menos el césped, los cientos de árboles formando en las calles y flanqueando las calzadas, los miles de parquecillos improvisados fruto de la naturaleza y de su lucha por perdurar, las riberas del rio con la maraña de árboles que lo cubren y te hacen pensar que la ciudad está a varios kilómetros de distancia, la sensación de estar en un gran bosque de árboles, edificios, ríos y parques.

Madrid me recordó el encanto de algo que no tienen aquí, historia en sus edificios, las calles de la Latina, Sol, Jacinto Benavente, ese encanto de Madrid que solo la capital tiene. Ese aperitivo que se alarga hasta después de la hora de cenar, esas flores que resaltan más que en cualquier otro lugar porque una flor en una calle de Madrid es lujo en estado puro. IMG_9734El camarero que te dice “hola majete que te voy poniendo” mi hizo recordar que estaba de nuevo en mi ciudad. No hace falta conocer al camarero es que en Madrid eso es así y punto. Al igual que la caña bien tirada o el calor que te acompaña hasta la 1 de la mañana.

Bremen huele a comida a cualquier hora, porque aquí comen cuando quieren y cuando pueden, y los puestos y tascas tienen funcionando las cocinas desde primera hora de la mañana hasta que llega la hora de Los Lunnis. No hay momento del día en el que por las 100 calles del centro no huela a Kebab, pizza, salchichas, curry, codillo y cualquier otro olor difícilmente distinguible debido al aceite de motor que utilizan para cocinar. En Madrid una calle te huele a calamares, la otra no te huele a nada, la otra te huele a peña de pueblo después de sus fiestas, la otra a la pescadería de la esquina, a humo de coche, a perfume de dos chicas que acaban de pasar, a la tienda de jabones de la Gran Vía o a la colonia de la famosa marca que se ubica en la Plaza del Marqués de Salamanca.

Cada vez tengo más claro que Madrid es como la playa en Agosto, o te encanta o la aborreces pero no hay término medio, y si vives en ella poco a poco te acabará atrapando o te acabará invitando a irte definitivamente porque la relación no será sana ni para Madrid ni para el inquilino.

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Sé que cuando dejé Bremen echaré mucho de menos “el verde”, correr por la ladera del rio, la sensación de estar en un bosque camino de la academia… pero después del recibimiento de la familia y de mis amigos…. ¡Adiós verde querido!

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